Se me erizaba el vello al verlos, escuchaba la música y contemplaba el acompasado movimiento de un grupo de hombres dirigidos por una voz que les marcaba el compás. Se estaba creando escuela. Se estaba marcando otra vez un hito anónimo pero quizás con mucha más trascendencia de la que muchos imaginan.
Rafa, por más señas capataz del trono de Mª Stma. de Lágrimas y Favores me lo había dicho “Soy un afortunado, a lo largo de mi vida he tenido la suerte de pertenecer a grupos privilegiados, innovadores”, y ya lo creo que es así. ¿O es que no es ser innovador el haber pertenecido al grupo de locos que gestó la idea de Lágrimas en la calle?. Y esto de ahora, ¿no es innovación?.
Somos garantes de la herencia de nuestros padres, del testimonio de nuestros mayores. Somos guardianes de las señas de identidad de nuestra Semana Santa. Pero cuidado; mantener costumbres, tradiciones, señas de identidad no significa ser inmovilista. Es necesario avanzar en todos aquellos aspectos que nos permiten crecer.
Los recuerdos, no tan lejanos, nos evocan las imágenes de los tronos acompañados por el único sonido de un tambor. Desde hace algún tiempo, afortunadamente, la música se ha sumado de manera irreversible al transcurso de nuestros cortejos. Nadie, o al menos nadie que no haya meditado o reflexionado sobre ello, ha alzado una voz en contra.
Ahora se trata de ir más allá, de rizar más el rizo, de acompasar el movimiento de los tronos a la música, de no ir exclusivamente de izquierda a derecha con la misma cadencia en el paso, sino de explotar ritmos, paradas y esfuerzos en pos de una armonía total entre el movimiento y el sonido.
Se que hay quien ya se ha rasgado las vestiduras, quien considera que se hace un intento de trasladar la ciudad bañada por el Guadalquivir a nuestros lares. Nada más lejos de la realidad, los que me conocen bien saben que respiro Málaga por los cuatro costados y que no soy nada “sospechoso” de contaminar con medidas de ese tipo.
El simple hecho de haber realizado ensayos escuece en algunos foros, aunque otros al vernos andar como los ángeles me decía, “y ahora nos vais a obligar a ensayar a todos los tronos de Málaga”.
Eso era, un ensayo, en un barrio de los de más solera de Málaga, el barrio de la Trinidad, aunque para los que quieran sacar punta, estaba situado en calle Sevilla.
Allí, impregnados por la esencia del submarino que como hablaba con Ricardo, no es un lugar sino una filosofía, una manera de ser, había reunido un amplio grupo de hombres de trono de la Virgen de Lágrimas y por supuesto no sólo de ese reducto del que hemos hablado sino también gente del manto e incluso varios cabezas de varal.
El objeto no era otro que avanzar, ir por delante de todos, arriesgarnos a las críticas pero demostrar como pueden moverse los tronos en Málaga acompañados por la música, con nuevas ideas pero sin perder nuestras raíces.
Los diferentes pasos que se ensayaban eran acogidos con muestras de entusiasmo cada vez que una tras otra vez se repetían y se lograba una conjunción cada vez mayor. Y se les daba nombre a estos pasos. Pasito Lágrimas, Paso San Juan (recordando las estrecheces de esta calle)…De un lado a otro del local, con la voz firme y continua de nuestro coreógrafo, del que ya hablamos el año pasado, y con la imaginación de lo que podía ser el movimiento de la Virgen con estos auténticos pasos de baile.
Y hubo más veces, donde se demostró que lo de esa noche estaba calando profundamente en todos los que allí estábamos. La nave almacén, vacía de tronos cuando estos ya se encontraban en la Iglesia de San Juan era el nuevo escenario para los ensayos, para arriba y para abajo con un paso y con otro, alternándolos para crear un auténtico baile.
Las caras de satisfacción de ese grupo de hombres, curtidos ya en mil batallas, jóvenes y no tan jóvenes, no tenían precio.
Antes del estreno había que repasar el guión. Para ello, haciendo uso de las nuevas tecnologías se aprovechó el momento en el que todos los hombres de trono debían recoger su puesto para hacerles llegar la grabación de los ensayos anteriores y explicarles a todos lo que pretendíamos. Al que no sabía le pedíamos que como en un baile se dejara llevar por su pareja y escuchara atento las voces de los que debían transmitirles las consignas.
Las caras de extrañeza que pudieron verse, fueron poco a poco tornándose en expectación, en deseos en participar en este nuestro ansiado día, en el que además de los habituales anhelos de encontrarnos con nuestra Virgen nos apetecía mucho realizar la puesta en escena, el estreno con público.
Dentro de nuestro templo, la primera marcha, Caridad del Guadalquivir, era la prueba de fuego, el pasito Lágrimas combinado con otros pasos salía como si todo el trono lo hubiese ensayado cientos de veces, sin fallos, rozando la perfección.
Una tras otra se sucedían en la calle las marchas musicales a las que se acompasaba un torbellino de pasos diversos, de ritmos, de cadencias. Quedan para nuestro recuerdo marchas como Callejuela de la O en la entrada de Arriola o en el Hotel Larios, donde claramente podía verse a uno de los Mayordomos (no era yo) como desde el exterior marcaba cada uno de los pasos que debían acompañar la música. La marcha Caridad del Guadalquivir en calle Calderería, contemplada desde el exterior por nuestro coreógrafo, dejó néctar para los sentidos y la evidencia de la magnífica cantera que convive con los veteranos. Coronación en la curva del Bar Jamón dejó más de una lágrima sobre las mejillas de Antonio, uno de los pilares del submarino. Finalmente, una marcha que pocos pudieron ver pero que fue una auténtico lujo para los presentes, Reina de Triana, momentos antes del encierro que se anticipaba por el tiempo, mecida en un palmo, como un auténtico Chotis que se baila en un ladrillo, en la esquina de Calderón de la Barca, consagró una nueva manera de llevar los tronos.
Deberá avanzarse más, perfilar pasos, aglutinar más personas en los ensayos, escuchar las músicas para extraer el máximo jugo a cada nota. Pero esto que hemos visto, además de ser otra forma de hacer hermandad, de aunar esfuerzos merece ser considerado como un punto de inflexión en nuestro devenir cofrade.
Sabemos que hay cofradías que hace tiempo han incorporado pasos a su procesionar, por ejemplo el paso pollinico. Pero esto de lo que estamos hablando no es llevar el trono con un determinado paso durante el transcurso de una marcha, sino combinar una variedad de pasos y ritmos con ese acompañamiento musical.
Queremos y podemos como siempre hemos hecho. Y si nos imitan, benditos sean.
Hubo un momento único en nuestras vivencias cofrades, los que allí estuvimos nunca olvidaremos el pequeño cuartito de San Juan donde como si se destapara un frasco de las más preciadas esencias, los sentimientos afloraban y se transmitían sin mediar palabra.
Sólo unos pocos fuimos partícipes de aquello, pero ese espíritu del cuartito impregnó también esa noche mágica en el barrio de la trinidad.
José Carlos Márquez