A tí, que año tras año muestras tu devoción a la Reina que baja del cielo en la mañana del Domingo de Ramos. Sí, a tí, que nunca dices tu nombre, que soportas el dolor de tus hombros, el calor de la túnica en la mañana mediterránea.

A tí, que año tras año acudes a la hermandad a recojer tu papeleta de sitio y vuelves por donde viniste, sin más palabras, pagando lo necesario, siempre en el anonimato.

A tí, que soportas los parones, que aguantas con tu cintura erguida toda la estación de penitencia, que incluso rezas durante el camino.

A tí, que aguantas el dolor sobre tu cabeza sin poder ver a tu Madre, sin poder visitarla para saber cómo va, qué necesita. Pero ella te sigue, tu eres su guía. Sin tí no saldría del templo. Tú le das sentido a todo por lo que se trabaja durante el año.

A tí, que te pusieron de apellido Nazareno, Gracias.